jueves, 3 de mayo de 2012

La corrala española

Pregón de las Fiestas de 2012 de la Virgen de la Paloma de la Casa de Madrid de Barcelona 


Quiero agradecer en primer lugar a la Junta Directiva de la Casa de Madrid y, en especial, a su flamante presidente don Florencio García Cuenca que hayan tenido la ocurrencia de pensar en mí para el pregón de las fiestas de mayo de la Casa de Madrid de Barcelona. Vista la relación de los que me han precedido en el uso del pregón, como diría Radio Futura: ¡Hace falta mucho valor! Pero como acepté encantado y sin rechistar, a lo hecho pecho. Ahí va.


Como un bolero, de aquellos de amor compartido, mi historia es una mezcla de emociones y sentimientos por dos ciudades. Barcelona, la ciudad en que nací y resido, y Madrid, la ciudad en que me hice mayor. Bien es cierto que a lo largo de mi vida he conocido a otras, que también me han dado momentos de felicidad, pero la pasión -lo que se dice pasión de enamorados- solo la he sentido por ellas.

Permítanme que hoy dedique mis palabras a la capital. Descubrí Madrid en un tórrido mes de agosto de 1982. Tenía 23 años, la carrera de Derecho aprobada y superado el periodo de formación de Alférez de Complemento del Cuerpo Jurídico de la Armada en Galicia. Me habían destinado al Cuartel General de la Armada en la calle Montalbán, muy cerca de la Plaza de Cibeles y me esperaban en la capital dos años por delante (finalmente fueron cinco).

Tras llegar a Chamartín, me instalé en la que se conocía y se conoce como la Casa del aviador, una residencia para militares en los bajos del antiguo Ministerio del Ejército del Aire, allá en el distrito de Moncloa. Por poco dinero comías, dormías, te adecentaban la ropa y compartías risas con chistecitos de catalanes y madrileños. Allí, por primera vez en mi vida, me llamaron Pep.

El día de mi llegada lo dediqué a pasear. En Madrid, en plena canícula, no se ve ni un alma por las calles salvo unos pocos turistas que, a la que pueden, se refugian en bares y museos en búsqueda del fresquito. La ciudad estaba, por lo tanto, a mi disposición. Barcelona es una ciudad comprimida entre sus dos ríos, la montaña y el mar. Madrid, en cambio, se ensancha y va creciendo sin mesura ni topes. Basta comprobar el Madrid de entonces con el de ahora, en aquellas fechas cuando te ofrecías a acompañar a alguien a su casa y te soltaba que vivía en Moratalaz, se te cambiaba la cara. Ahora, Moratalaz está a tiro de piedra del centro.

En mi bautismo capitalino, tanteé a fondo sus calles, sentí su pálpito y desde el primer minuto Madrid me atrapó. Inicié la ruta en la calle de la Princesa. Al llegar a la Plaza de España saludé a la estatua de Cervantes y quedé empequeñecido ante el que fue el rascacielos más alto de España (ahora parece un liliputiense comparado con sus hermanos del Paseo de la Castellana). Me dirigí callejeando hacía la Plaza de Oriente. Estábamos en los albores de la llegada al Gobierno de Felipe González (PSOE), y todavía la sociedad española padecía las secuelas del intento de golpe de Estado de Tejero. Pisar el escenario en donde Franco, desde el Palacio Real, aleccionaba a los “españoles todos” me impresionó.

De allí, a la Puerta del Sol (donde revisé el famoso kilómetro cero de esa España radial que tanto critican aquellos a los que en realidad lo que les molesta no es el segmento que va del centro a cualquier punto de la circunferencia -eso es el radio- sino que exista la circunferencia). Bajé por la Carrera de San Jerónimo y me acerqué a Daoíz y Velarde, los dos leones que custodian las puertas del Congreso, que representa la soberanía nacional, y que han sido testigos de tantos acontecimientos decisivos en la vida de España. De allí a Neptuno, me embobé ante el Museo del Prado y subí zigzagueando por los Jerónimos y la Real Academia Española hasta llegar al Parque del Retiro. Bordeé el lago, reí con el teatro de títeres y dancé en la glorieta de la sardana, esa a la que los catalanes residentes en Madrid acudían a bailar.

La Puerta de Alcalá me franqueó la entrada al barrio de Salamanca y poco después llegué a la Plaza de Colón, antesala del eje de Madrid, el Paseo de la Castellana. La sucesión de edificios ministeriales y embajadas, ahora también de bancos y entidades de seguros, revelan que el poder está allí. A la altura de la Torre Windsor, la que se quemó en 2005, muy cerca de El Corte Inglés, símbolo de una época que creo que se acerca a su fin, giré hacía Cuatro Caminos en cuyas cercanías había entonces un restaurante que se autodenominaba económico y que respondía a su nombre. Buena prueba de ello era que en aquellos tiempos de apreturas compartíamos mesa estudiantes, mendigos y militares. Desde el barrio de Tetuán, bajé por Bravo Murillo y pasé por el Madrid señorial y pudiente de Cea Bermúdez hasta el Parque del Oeste. Retorné a mi residencia pero… el día todavía no había acabado.

Eran vísperas de las Fiestas de San Lorenzo, ya saben, el día más caluroso del año, y en Lavapiés se disfruta del encadenado de fiestas más largo de España Las de San Cayetano, San Lorenzo y las de la Virgen de la Paloma.

¡Bailes en la corrala! Entonces no tenía ni idea de lo que era una corrala. Ahora sí, un lugar que me gustaría que simbolizase a España, un patio en común con casas de corredor en el que los vecinos, aun con estrechuras y viviendo cada uno en su casa, comparten lo principal: el agua, la ducha, la cocina e incluso el retrete. España como una corrala, una reunión vecinal de españoles que buscan el bien común.

Bueno, tampoco sabía lo que eran ni Lavapiés ni la Latina. El centro del casticismo, hoy parece que ya no tanto. Desubicado, pregunté, ingenuo, al único chulapo con el que me he cruzado en toda mi vida:

- La Corrala, por favor.

- Pero que corrala quiés?

- En la que se baila el chotis.

Con ese aire simpático, educado a la vez que retador, -único en el mundo- me lanzó:

- Entonces la que es, es la de Miguel Servet.


Se tocó el sombrero, se reforzó el nudo del pañuelo, encorvó la pierna, avanzó el brazo y…

- Escucha, primero Sombrerete, después Tribulete, Provisiones y ya has llegado a la Corrala de Miguel Servet. ¡A entrar y a disfrutar!

Tras ese primer día entré y disfrute de los miles de Madrid que se concentran en un solo Madrid. Comprobé que, efectivamente, como dice el dicho: Madrid es la ciudad en que nadie es forastero, porque entre otras razones, allí casi todo el mundo lo es porque gatos, gatos, lo que se dice gatos, quedan muy poquitos.

Madrid, Madrid, la ciudad que nunca duerme: me sentí torero en capeas, bailé sevillanas, disfruté del flamenco en bares de la Cava Baja, salté en las fiestas de estudiantes en Argüelles, inhalé ese aroma especial que tenía la hierba que algunos quemaban en Malasaña, supe lo que da de sí la casquería cuando se dispone de poco dinero, participé en la movida y frecuenté Rockola, me hice el intelectual en los cines Alphaville y en el Circulo de Bellas Artes, paladeé el mejor teatro clásico, aprendí las reglas del mus que ya he olvidado después de tanto tiempo sin jugar, y… amé, amé a Madrid y Madrid me envolvió con su cielo, que pasaba del azul al ocre en los mejores atardeceres del mundo, los del Templo de Debod mirando hacía la Casa de Campo.

Comí, bebí, disfruté, canté, reí, lloré, leí, también trabajé, y sobre todo me formé. Como ya les dije, Madrid me hizo mayor.

El destino hizo que volviera con mi otro amor, Barcelona, con la que convivo a ratos felices y en otros momentos maltratado. Pero no olvido Madrid y siempre encuentro el hueco para renovar el enamoramiento, descubrir rincones y respirar -sí, respirar- ese aire libre que en mi ciudad, a veces, echo en falta.

Por eso, cuando el griterío trata de enfrentarnos y se empeñan en ensanchar las grietas para derribar la casa, yo me rebelo y saco fuerzas para defender nuestra corrala, remozarla y hacerla más confortable. Por eso…

Quiero que los pueblos catalanes se llenen de madrileños y las villas madrileñas de gente de Gerona, Lérida, Tarragona y Barcelona.

Quiero que los catalanes en Madrid sean madrileños.

Quiero que los madrileños en Cataluña sean catalanes.

Quiero que el Instituto de Estudios Catalanes lo dirija Elvira Lindo.

Quiero que la Real Academia Española la presida Pere Gimferrer.

Quiero que al Real Madrid lo entrene Pep Guardiola y que Míchel sea el presidente del Barcelona.

Quiero que el Espanyol gane la Champions en el Calderón y que el Atlético de Madrid triunfe en la Liga Europea en Cornellá.

Quiero que nardos y claveles se repartan por las Ramblas el 12 de octubre y que las rosas, el 23 de abril, inunden la Gran Vía madrileña con pubillas con cestos apoyados en la cadera.

Quiero que el presidente de la Generalidad lea un bando el 11 de septiembre, en el que como hicieron Villarroel y Casanova en 1714, llame a los catalanes a defender la Patria y la libertad de toda España.

Quiero que la historia de los héroes del Dos de Mayo la represente en Madrid La Fura dels Baus y Els Comediants, aunque creo que eso ya ha pasado.

Quiero que me llamen Pep en Madrid y Pepe en Barcelona.

Quiero que cada uno se llame como le dé la gana y que eso no incomode a nadie.

Quiero que le den a José Tomás la oportunidad de abrir la Monumental, porque la cerró sin querer.

Quiero que Ferrán Adrià abra una tasca en plena Plaza Mayor.

Quiero que Federico Jiménez Losantos vaya a inaugurar la casa de Macià en Las Borjas Blancas y que Pilar Rahola y Àngel Colom se marquen un chotis en las Vistillas.

Quiero que se acabe la crisis y que ninguna familia ni de Sabadell ni de Getafe, ni de ningún sitio, sea lanzada de su casa porque no pueden pagar al casero.

Quiero que Gemma Nierga se enrolle con Alfredo Urdaci.

Quiero que Lluís Llach cante Suspiros de España y que Marujita Díaz haga un musical sobre L’Estaca.

Quiero que las estatuas de Colón de Barcelona y de Madrid se fundan en un abrazo.

Quiero que los monjes de El Escorial y los de Poblet profesen, de verdad, la misma religión.

Quiero que los aromas de Montserrat y el anís de Chinchón se mezclen, hagan una barretxa y colaboren a una buena digestión.

Quiero que Mingote y Perich hagan chistes juntos en el cielo.

Quiero que se acabe ese cuento de “la máquina de hacer independentistas”.

Quiero que se ajusten bien las cuentas y que no haya agravios ni deudas pendientes.

Quiero que la Nacional II sea un paseo peatonal en todo su recorrido, no sólo en el Maresme.

Quiero que acabe la desazón y que los mercados nos dejen ser como nosotros queremos ser.

Quiero que quien esté parado, sea porque no tiene ganas de trabajar o porque le faltan fuerzas.

Quiero que no se ponga en peligro la salud y la vida de los que no son de aquí.

Quiero que Madrid tenga mar y que Barcelona esté en el centro de la península.

Quiero que se identifiquen los distintos colores de España y que se perciban en el mismo cuadro.


Quiero todo esto, como en el poema de José Agustín Goytisolo, y como el poeta barcelonés quiero que no me maten la ilusión.


Finalmente, un último quiero, quiero que cuando alguien pregunte por las Fiestas de San Isidro, un señor de Barcelona, solemnemente, con ese aire elegante que tienen los barceloneses, responda:

- Ha d’anar a la Casa de Madrid, una Casa de l’Eixample del carrer Ausias March.

- Quan arribi, pugi les escales i obri la porta. Entri i gaudeixi.

Pues eso, a entrar y disfrutar.




En la Casa de Madrid de Barcelona, a tres de mayo de dos mil doce, el día después del dos de mayo “Día de la Comunidad de Madrid”.

lunes, 12 de marzo de 2012

El castellano no perjudica la salud




Los voceros y los responsables políticos del catalanismo se alarman y ponen el grito en el cielo porque algunos padres pretenden incrementar las horas lectivas en castellano en las escuelas catalanas. Les acusan de romper la convivencia.



Vista la furia con la que defienden las virtudes del método de inmersión lingüística obligatoria en catalán resulta incomprensible que la UNESCO no haya aconsejado exportar el modelo a todos los países del mundo y que pedagogos finlandeses no peregrinen a la sede del Departamento de Enseñanza a aprender de tamaña excelencia. Todavía es más extraño que lo más granado de la élite catalana –entre ellos, algunos de sus honorables e ilustres dirigentes– esquiven tan «beatífico» sistema y matriculen a sus hijos en centros docentes franceses, alemanes, británicos e incluso suizos.



Lo que es incuestionable es que las autoridades catalanas han dictaminado que estudiar en castellano es nocivo para el catalán. De ahí su obstinación en evitar que cualquier alumno resulte contaminado por el contacto con materias en español. ¿De verdad es tan lesivo? ¿Acaso instruir algunas horas en castellano atonta? Millones de niños en el mundo cursan sus estudios en este idioma, con el que se identifican, y sus resultados dependen de su esfuerzo y de la calidad del sistema educativo. Los datos de la propia Generalitat desmienten el tremendismo catalanista.



Es necesario recordar que la mayoría de los que iniciaron la EGB en el curso 78-79 y siguientes cursaron sus estudios en escuelas bilingües, la inmersión obligatoria comenzó a partir del año 92. Pues bien, la Generalitat convalida automáticamente el nivel C de catalán a quienes terminaron el BUP a partir del curso 88-89, por lo que presume que todas estas personas tienen conocimientos más que suficientes de catalán.



Ninguna norma reconoce el derecho a ser educado en castellano en España. En cambio, el vigente Estatuto de Autonomía de Cataluña sí incluye el derecho –y obligación– de las personas a ser educadas en catalán. El absentismo de los gobiernos de la nación en esta materia ha sido escandaloso. Ha llegado la hora de corregirlo. La Ley debe garantizar la escolarización en castellano también a los catalanes. Quienes quieren lo mejor para sus hijos, que sean educados en catalán y en el idioma nacional de forma equilibrada, no tienen por qué soportar linchamientos ni convertirse en héroes. Debería bastarles con rellenar la hoja de matriculación en un colegio o instituto.



Este artículo fue publicado en la edición nacional del periódico "La Razón" el domingo 11 de marzo de 2012

El "mandaMás"





El Tribunal Supremo dejó bien claro que el castellano debe ser reintroducido como lengua vehicular en la enseñanza en Cataluña y ordenó que la Administración educativa catalana adoptará las medidas necesarias para hacerlo posible. La inmersión en lengua catalana es una de las principales líneas rojas trazadas por el nacionalismo catalán para delimitar su campo de juego y para evitar que ninguna institución o particular, nada ni nadie, las traspase acuden a la coacción y a la manipulación.


Al cobijo de la sombra del mandaMás han florecido plataformas como Som Escola o Escola en Català, que han enviado miles de correos electrónicos y han convocado manifestaciones delante de la sede del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, para advertir a los magistrados de que si se atrevían a saltar la raya del monolingüismo catalán corría peligro la paz social. El Parlamento catalán, por su parte, ha desafiado al Poder Judicial aprobando resoluciones en las que declaraban que el catalán sería la única lengua vehicular de enseñanza, con independencia de lo que dijeran los Tribunales.


En ese contexto, el Tribunal catalán le ha pegado un capotazo al toro y lo ha devuelto, casi entero, al Tribunal Supremo. Le ha faltado valor. Recrimina a la Administración catalana que no haya ejecutado la sentencia, pero achica seguidamente los espacios y reduce las medidas para hacer posible que el castellano sea también lengua vehicular de enseñanza a una enigmática “situación jurídica individualizada” que delega la forma de concretarlas en el centro donde estudien los niños de las familias afectadas. Conscientes de que la solución no es la definitiva, los magistrados sugieren en el controvertido auto que la última palabra sobre este tema la tendrá, otra vez, el Tribunal Supremo.


Al Poder nacionalista le ha faltado tiempo para tratar de confundir a la opinión pública. Tras salir con el espantajo de la segregación y de las dos líneas separadas y recordar por enésima vez a Franco, se atreven a afirmar, sin pestañear, que la inmersión lingüística ha sido avalada por el Tribunal Superior de Justicia catalán. Falso. De hecho de los veinticuatro magistrados que componen la Sala de lo Contencioso-Administrativo, sólo uno –el que ha emitido el voto particular- ha defendido que el catalán debe ser la lengua vehicular de la educación. Los veintitrés restantes no han dicho ni una palabra al respecto y, por el contrario, han reiterado que el castellano también debe ser lengua docente en la enseñanza.


La guinda la ha puesto la valoración de la Consejera de Enseñanza. Las sentencias del Tribunal Supremo se jibarizan y quedan comprimidas por la Honorable convergente en un grotesco derecho a la atención individualizada en castellano en la educación infantil, que sarcásticamente es definido como “un mecanismo para tranquilizar a las familias”, es decir, un placebo. El engrudo, según Rigau, consiste en que: “Si tienes la sensación de que un niño no te ha entendido a la hora de explicar unas normas, en vez de hacerlo públicamente y repetirlo todo en castellano, después te diriges a él y le dices: mira, lo que queríamos decir es que, al acabar la clase, la silla se pone sobre la mesa. Son una serie de pautas y de instrucciones que se personalizan.”


Esa rueda de prensa la tiene que ver el Ministro de Educación, Cultura y Deporte para que analice como la Generalitat cumple las normas educativas en Cataluña y se decida, de una vez, a modificar la Ley Orgánica del Derecho a la Educación para incluir el derecho de los alumnos a ser educados en castellano en todo el territorio nacional y a poner los medios para hacerlo efectivo. Así de sencillo.



Este artículo fue publicado en Libertad Digital el día 8 de marzo de 2012

sábado, 3 de marzo de 2012

Sant Pol como síntoma





El nacionalismo transversal catalán tiene una tendencia innata a pegar puñetazos en el tablero para sacar las piezas de su sitio cuando la marcha de la partida no lleva el rumbo que le conviene. Si el jugador contrario reclama la aplicación del reglamento y el árbitro sanciona al infractor, el catalanismo pone el grito en el cielo y se hace la víctima. Es lo que ha pasado en Sant Pol de Mar: el consistorio vota incumplir las leyes de banderas, cuando el Juzgado, a instancias de un concejal, ordena colocar la bandera de España, la alcaldesa apela a la soberanía del municipio y reclama su derecho a hacer lo que le plazca, llama a rebato y algunos se sienten legitimados, literalmente, para incendiar los símbolos españoles. Lo sorprendente es que el ciudadano ejemplar que ha logrado que el imperio de la ley triunfe, es acusado por los nacionalistas de romper la convivencia y tiene muchos números para ser declarado persona non grata en el municipio.


El mundo al revés. Que se sepa, a día de hoy, el Gobierno de Cataluña no ha recordado a los ayuntamientos que en un Estado democrático de Derecho es oportuno cumplir las normas. CiU tampoco ha dado instrucciones a sus concejales o alcaldes para que dejen las banderas en paz y respeten las leyes. Si en el Pleno del Parlamento de Cataluña y en la Delegación del Gobierno de la Nación en la Comunidad Autónoma se exhiben, con normalidad, las banderas de España y de Cataluña ¿qué inconveniente hay para que algunos alcaldes, concejales o funcionarios no lo hagan en las dependencias municipales? ¿Es que se pretende practicar el golpismo en determinados municipios? A la vista de las declaraciones de los impulsores de algunas asociaciones de municipios independentistas y de las resoluciones adoptadas por ciertos ayuntamientos, destinadas a romper los anclajes institucionales, es evidente que sí. EL PSC, como siempre, de perfil, se abstiene. La estrategia soberanista de CiU, con la complicidad útil de los socialistas, pasa por deslegitimar la España autonómica.


Cada mes asistimos a la escenificación de un nuevo agravio que justifica la separación de Cataluña del resto de España, que si las balanzas fiscales, que si el traspaso de cercanías, que si los papeles de Salamanca, que si las corridas de toros, que si la ley del aranés, que sí las sentencias del Tribunal Constitucional o del Tribunal Supremo, que si el corredor mediterráneo, que si la gestión del aeropuerto o la reforma de la ley de puertos, o el impago del fondo de competitividad, o el expolio, o las últimas declaraciones de Mourinho… Es más, si Chacón hubiera ganado, el PSC habría sido asimilado por el PSOE y cuando es Rubalcaba, finalmente, el vencedor, queda demostrado que España no está preparada para que una catalana pueda ser secretaria general de un Partido español. Si la Academia del Cine Español propone para los Oscars a Pa negre, se hace para atacar a la Acadèmia del cinema català de Joel Joan que, supuestamente, se fundó porque España nunca presentaría a aquel certamen una película rodada en catalán. Sea cual sea la razón, siempre hay motivos para un agravio más. Sea la circunstancia una o su inversa, siempre sopla el viento a favor de su victimismo interesado. Sin embargo, lo cierto es que en muchos ayuntamientos catalanes la bandera que no ondea es la española, que los comercios que son multados son los que no tienen la rotulación en catalán, que los niños que no pueden educarse en su lengua son los castellanohablantes y que quien sufre amenazas en su municipio, del que pretenden expulsar, es quien pide que se cumpla la Ley.


En estos tiempos de crisis económicas, en que las sensibilidades están a flor de piel, sería conveniente que todos aprendiésemos a racionalizar nuestras pasiones y no forzásemos innecesariamente las situaciones.El catalanismo tiene que empezar a comprender que el problema a resolver no es el del encaje de Cataluña en el resto de España (algunos madrileños empiezan a ver rentable la separación), sino el de la tensión unidireccional que proyectan sobre la sociedad catalana que comienza a poner en peligro su cohesión. Desde la transición, la comunidad de catalanes castellanohablantes o de aquellos que se sienten identificados con la España plural viene aguantado estoicamente afrentas y discriminaciones, pero no siempre tiene porque ser así, más cuando con agresividad, el catalanismo se está situando al margen de la ley y trata de echar con malos modos del escenario al distinto, al divergente, al otro inasimilable.




domingo, 29 de enero de 2012

¡Allá ellos!


He publicado el sábado 28 de enero este artículo en el diario ABC. Su origen está en la contestación que ha dado la Generalitat a la demanda que ha presentado Impulso Ciudadano contra el Decreto que regula la direccion de los centros docentes en las que se ha solicitado la presentación por el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña de una cuestión de inconstitucionalidad contra la Ley de Educación de Cataluña. Tampoco pueden pasar desapercibidas las declaraciones de Mas preparando el terreno para la enesima deslealtad institucional, esta vez lo ha hecho en la sede del Consell de Garanties Estatutaries, el órgano encargado de velar que las leyes autonómicos no contravengan la Constitución.




¡Allá ellos!

El modelo educativo catalán declara que el catalán es la lengua vehicular de enseñanza. La Generalitat se opone a cambiarlo aduciendo que los alumnos, cuando finalizan sus estudios, conocen el catalán y el castellano. Con una enseñanza bilingüe, e incluso con un modelo que tuviera al castellano como centro de gravedad, conseguirían también un dominio de ambas lenguas. En marzo de 1998 se traspasaron a la Generalitat los últimos institutos que impartían la mayoría de las asignaturas en castellano, sus alumnos, contradiciendo la premisa del discurso oficial, obtenían buenas notas en catalán en las pruebas de selectividad. La cuestión, entonces, no tenía nada que ver con el rendimiento, el Gobierno catalán defendía la transferencia para acabar con la presencia normal del castellano en la escuela.

El invento consiste en hacer del catalán la lengua de identificación del niño, reafirmarla en aquellos que la tienen como materna y cambiarla en la de otros registros lingüísticos. A la vista de los resultados, da réditos. Según datos del informe de política lingüística del 2010, el 13% del total de la población adulta ha adoptado el catalán como su lengua, aunque no era su lengua inicial en la infancia. Estamos hablando de casi 800.000 personas.

La razón de fondo la desvela la Ley de Educación de Cataluña: “configurar una ciudadanía catalana identificada con una cultura común, en la cual la lengua catalana resulte un factor de integración social”. Para ello, la ley declara al catalán como “lengua de referencia” y “factor de cohesión social” y obliga al Gobierno a implantar estrategias educativas de inmersión lingüística que aseguren el uso intensivo del catalán como lengua vehicular.

El conflicto es de identidad, no pedagógico. Los defensores del modelo educativo monolingüe catalán y los que abogan por la escuela bilingüe libran una batalla sobre el futuro de Cataluña que tiene unas evidentes connotaciones políticas. La programación vigente discrimina al colectivo castellanohablante y es inconstitucional. Nuestros gobernantes saben que jurídicamente están en falso y sacan toda la artillería pesada contra quienes se atreven a denunciar el diseño y para evitar posibles reveses judiciales, no dudan en mentir como cuando reconocen ante los Tribunales lo que niegan en el Parlamento, que consideran al castellano lengua vehicular. Nerviosos ante lo inevitable –la declaración de inconstitucionalidad de su proyecto- el Presidente de la Generalitat gallea ante juristas y les prepara para que asuman la ruptura de las costuras constitucionales. ¡Allá ellos!

viernes, 9 de diciembre de 2011

“Transición nacional” hacia la frustración

Artículo publicado en el diario digital la Voz de Barcelona el 9 de diciembre de 2011

El aniversario del referendo constitucional nos lleva a echar la vista atrás y calibrar la vigencia de la Constitución. Pedir rigor en el análisis y conclusiones a las formaciones nacionalistas es como pretender que un ultrasur o un boixo noi valoren con objetividad un penalti al borde del área en un Madrid-Barcelona. Misión imposible.

Los más radicales, llevan años trabajando para deslegitimar la Constitución y cada 6 de diciembre la convierten en un guiñapo inservible que es enterrado, despedazado, pisoteado o quemado. Los más moderados, escudándose en la reforma exprés que ha introducido la figura de la estabilidad presupuestaria, y en la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Autonomía de Cataluña, encuentran una nueva coartada para reclutar marineros para el barco de la travesía de la transición nacional.

Mas, que debe su cargo de Presidente de la Generalidad a la Constitución que ahora repudia, y el Parlamento autonómico de Cataluña solemnizan la ruptura del pacto constitucional, tomando como coartada la revisión del artículo 135 de la Carta Magna por ser expresión de la recentralización del Estado. Así, sin temblarles el pulso, consideran la reforma como contraria a Cataluña, obviando que de los 49 diputados catalanes, 35 votaron a favor de la reforma constitucional. Como siempre, el nacionalismo confunde la parte con el todo, y secuestra el buen nombre de Cataluña para sustituir su voluntad por su excluyente ideología.

En esta ocasión no han estado solos, otras formaciones políticas se han apresurado a renegar del soporte que dieron en su día a la Constitución. Cayo Lara, tan solícito con Amaiur -la versión política de ETA- como reticente y suspicaz con otros colectivos, muestra su cara de perro al texto constitucional. El gran adalid de la memoria histórica, desdeña el ‘Sí a la Constitución, a la democracia avanzada y a la reconciliación’ con el que empapelaron las calles viejos comunistas como Carrillo, la Pasionaria o Alberti en la época de la transición. En su desvarío, ridiculiza el texto y aprovecha el acto institucional del Congreso para hacer mercadotecnia rupturista. De atender al ruido mediático, llegaríamos a la conclusión de que el campo del No a la Constitución, se ha ensanchado, pero sería conveniente que pudiera demostrarse esa apariencia en las urnas.

La Constitución, todavía joven y con futuro, necesita de algunos retoques que la hagan lucir esplendorosa. Este es un momento trascendental, se tambalea nuestro papel en la Unión Europea, se aborda la racionalización de la sobredimensionada estructura administrativa española y se denuncia un sistema electoral que olvida el principio de proporcionalidad del voto. La sociedad española está a punto de caer en el pesimismo y en la angustia generalizada y hoy, más que nunca, sería bueno retomar el espíritu de consenso constitucional del 78 y proceder a introducir reformas que no se limiten a alicatar el Senado sino también a reforzar algunos aspectos estructurales para hacer el edificio más funcional, equitativo y democrático.

Para ello es imprescindible que los grandes partidos nacionales -con el consenso de otros más reducidos- aborden con sentido patriótico la introducción de los cambios imprescindibles para prorrogar la vigencia constitucional durante, al menos, otros treinta años más. Una vez pactada la reforma, debiera someterse a consulta del pueblo español. Aventuro que muchos de los que ahora catapultan a la España constitucional a los infiernos, comprobarán que su proyecto de transición catalana hacía la ruptura social revienta por la voluntad de los sólidos diques de la soberanía nacional.

miércoles, 19 de octubre de 2011

Borrar a ETA

Artículo publicado en el diario digital e-noticies el 19 de octubre de 2011



Jordi Évole, corrosivo como el ácido, sabe sacar lo mejor y lo peor de sus entrevistados. Con su sonrisa irónica, su sencillez de barrio, logra establecer un grado de complicidad que facilita la confesión del que habla, desnudando, a la vez, al que calla, porque el huidizo se retrata inexorablemente con sus atronadores silencios. “Borrando a Eta”, el último reportaje del equipo de “Salvados” de la Sexta puso a cada uno en su sitio. Al cura abertzale, incapaz de censurar a sus amigos etarras los asesinatos de la banda; al familiar de terroristas que equipara el dolor de los presos con el sufrimiento de los asesinados; al pícaro y entusiasta concejal popular de Elorrío a quien las dentelladas de Bildu no han logrado borrarle la alegría; a los concejales socialistas de Mondragón, solos en el recuerdo de su compañero asesinado, Isaías Carrasco, y a todos aquellos ciudadanos que cargan contra España al mismo tiempo que convierten su lotería nacional en objeto de deseo.

Évole descubre los rodeos verbales, los mecanismos de la disculpa de los miembros de Bildu para evitar condenar la violencia asesina; muestra -elusivos, cínicos y fanáticos- a los que se niegan a compartir espacio con el adversario político. Descarado y fresco, entra en el nido de la serpiente, y se adentra en la manifestación de la izquierda abertzale en favor del reagrupamiento de los presos, donde, nada más llegar recibe un directo verbal (“¡payaso de los cojones!”) en los morros. En tierra hostil, se repone, acorrala a los amedrentadores y, achicados, deja que expresen su miseria moral.

El documental pone de manifiesto, de forma clara y premonitoria, que el final de ETA ha sido asumido por el entorno etarra y que sólo queda por definir la gestión del entierro. De ello, han pretendido encargarse los miembros de la pomposamente denominada Conferencia Internacional de la Paz celebrada recientemente en San Sebastián. El cortejo fúnebre de expertos en la solución de conflictos ha presentado unas conclusiones que, preparadas por otras manos, han determinado que los paganos del proceso sean las víctimas del terrorismo y los Gobiernos, acoquinando a escote, y que los gastos del funeral salgan casi gratis al séquito de etarras. Demasiado. El comunicado está repleto de trampas y de frases lapa. La propia apelación a la “paz” en el título de la conferencia o la llamada al cese definitivo de la “actividad armada” o a “la resolución del conflicto” a través de la asistencia de “facilitadores internacionales” sitúa a ETA en el escenario ideal que ha perseguido y soñado. Devastada policialmente y sin fuerzas para continuar, intenta, a la desesperada, lograr réditos políticos a cambio de su autoinmolación. La dolorosa experiencia terrorista que ha padecido la sociedad española y la firmeza democrática son incompatibles con la debilidad y con los apaños bajo mano. Los atajos, las estrategias interesadas, son un insulto a la memoria de las víctimas. Los expertos, y los que les han acompañado, deberían saberlo.